Materialismo - Espiritualismo
Existen muchas corrientes filosóficas del pensamiento humano, pero en general se pueden encuadrar en dos principales: materialismo y espiritualismo.
El Materialismo, es la corriente filosófica que sostiene que no existe nada más allá de la materia física y tanto el pensamiento, la mente y lo que llamamos espíritu, son propiedades de la misma (en este caso del cerebro).
Se desprende de esta filosofía, que todos nuestros sentimientos serían producto de motivaciones creadas por el cerebro, por el sistema hormonal y por la sociedad en la que nos formamos. Así mismo, la inteligencia de una persona, sería fruto de su cerebro y su genética. Esta creencia, en principio, disminuye (por no decir niega) el libre albedrío del hombre ya que seríamos producto del cuerpo y de las situaciones sociales que nos tocaron vivir y la responsabilidad de los actos estaría seriamente cuestionada. La diferencia entre un santo y un vicioso, entre un genio y un torpe, solo serían a causa de sus respectivos cerebros y experiencias.
En oposición, El Espiritualismo considera que la inteligencia, el sentimiento y la voluntad del hombre, no se encuentran alojadas en el cerebro sino en el espíritu, que utiliza el cerebro y el sistema nervioso central para manifestarse y como instrumento para manejar el cuerpo; pero es el espíritu el asiento de la personalidad y ésta sobrevive a la muerte del cuerpo. Es decir el Espíritu, que es en sí la persona, vive después de la muerte física y lleva consigo lo que la hacía única, su personalidad. Esto significa que todo lo que somos, todos nuestros sentimientos, pensamientos, inteligencia y voluntad se hallan alojados en el alma y se mantienen luego de la muerte del organismo físico, que pasaría a ser como una especie de recipiente biológico que sirve al espíritu para manifestarse en el mundo.
En este caso el libre albedrío es total ya que la persona, pese a lo que su entorno social le trasmitiera, es libre de elegir sus actos y de cambiar a formas positivas de actuar. No está determinado por su ambiente (aunque sí, puede estar influenciado) sino que es dueño de sus actos y pensamientos.